Cáceres con niños es como viajar a otra época. Además de ser una de las 13 ciudades Patrimonio de la Humanidad con las que cuenta España, es el Tercer Conjunto Monumental de Europa después de Praga y Tallín, bajo el paraguas del Consejo de Europa. Con todas esas medallas, y las ganas de pisar tierra extremeña pegadas tanto tiempo, Cuatro a bordo se lanzó a descubrir Cáceres.
Luego quedaba la duda entre Trujillo y Plasencia, y ganó la primera por una cuestión de tiempo… El papi de Cuatro a bordo nos aventajaba al resto con Mérida y Badajoz, así que a la vuelta, porque volveremos, toca Plasencia y otras muchas delicias de esta tierra bella que es Extremadura.
Llegamos de noche y el GPS se volvió loco, y es que lo mejor es aparcar y olvidarse del coche. Y así hicimos, a nuestro paso el Castillo, plazuelas, balconadas medievales, iglesias, la Catedral, casas señoriales, palacios, arcos, cigüeñas y sus nidos… Como si viajáramos en el tiempo. Comenzando por el propio hotel, una Casa solariega del XVIII rehabilitada, el hotel Albarragen, donde estuvimos la mar de bien. Céntrico y familiar, con techos altos y buen restaurante.
A nuestro paso, La leyenda del mono nos picó como un aguijón, aunque como estaban las niñas delante imagino que nos contaron la versión edulcorada que también tenía lo suyo: el mono celoso que mató al bebé de la familia…y cuya imagen está presente junto a la casa, en la gárgola y dentro, aunque ésta última ya no se puede ver, esposada a las escaleras de la casa.
Descubrimos uno de los aljibes únicos en el mundo junto con el de Estambul, compramos dulces a las monjitas de clausura, tuvimos la suerte de disfrutar de una exposición de Andy Warhol, y tejimos mil y una historias de plaza en plaza. La red de juderías, la ruta de la plata… Monumental. Rotunda.
La polémica plaza principal, de obras. Aunque nos vengamos pateando la impresionante plaza de Trujillo, cuna de conquistadores y con la escultura del más famoso, Pizarro, presidiéndola. Callejeando descubrimos esta pequeña gran joya, y nos quedamos prendados de un balcón único en cornisa y unas vistas al Castillo de impresión desde el campanario de una de las torres de la Iglesia de Santa María (con un retablo de Fernando Gallego para detenerte horas), tras subir más de un centenar de angostos escalones… No nos agotábamos tanto desde la subida al mirador de Varsovia el año pasado. Y ahora que ya estamos en forma, habrá que probar de nuevo y esta vez con niñas con el del Miguelete de Valencia.
A mí me encantó Cáceres. Qué maravilla y qué bien conservado. Fue como trasladarse un poco en el tiempo…
Cuando se visita Extremadura, siempre se repite
Una tierra que te enamora, desde luego, y con mucho por ver, hacer y compartir en familia