Los estereotipos suelen darnos gratas sorpresas y enormes decepciones. Y cuando viajamos influyen los comentarios de nuestros amig@s viajer@s así como nuestros propios anhelos e información que hemos ido recopilando sobre el lugar (de forma consciente o sin darnos cuenta) Poner los pies en el destino planeado es una experiencia que no se puede entender sin esta mochila previa de comentarios y previsiones, que llevamos colgada.
Viajar a la capital de la República de Macedonia, Skopie, cuando te dicen que para eso mejor te vas al Lago de Ohrid, no es un viaje al uso pero aprovechando que no andábamos lejos (unas cuantas horas en coche) y guiados siempre por la máxima de que “todas las ciudades tienen alma” allá que nos lanzamos.
Nos alojamos en el hotel Arka, en el corazón de la parte de la ciudad vieja, sobre todo porque además de las buenas recomendaciones que teníamos era el único que tenía piscina climatizada y cuando es un viaje de mucho callejear esa es una manera de “compensar” a las niñas. También tengo que decir que el agua estaba helada y que aún así mis hijas, a veces más sirenas que humanas, se zambulleron sin pensárselo. La piscina, en la azotea acristalada rodeada de mesas, nos regaló con cada desayuno una de las mejores vistas de todo el viaje.
Y de ahí en adelante, todos los sentidos abiertos porque todo era diferente. Pasear por el zoco, conocido como el barrio turco, con las mil y una curiosidades sobre las que detenerse (sobre todo ellas): desde sandalias de las mil y una noche a telas con todos los brillos y alfombras con cada textura, forma y color.
Culturas juntas y diferentes tradiciones y formas de vivir ligadas a tres religiones. En una lado, la ciudad vieja, musulmana, con sus antiguos baños, el zoco, el minarete…y cruzando el puente la otra ciudad, la ortodoxa. Y más allá, en la zona nueva, y para terminar de rizar el rizo, la católica con un santuario muy especial: la casa donde nació la Madre Teresa de Calcuta.
Una buena ocasión para explicarles la importancia del respeto para la convivencia, ardua tarea, así como quién era la Madre Teresa de Calcuta y cómo dedicó toda su vida a quiénes menos tenían. Al menos durante los escasos minutos de atención, los justos para salir corriendo hacia el parque y tirarse por un tobogán coronado por un corazón que desde hacía rato les invitaba a deslizarse.
Son de esos lugares que ni te planteas para viajar con niños, a no ser como dices porque estábais relativamente cerca. Pero estoy de acuerdo, todas las ciudades tienen algo especial y recordar a la madre Teresa de Calcuta es una buena enseñanza
Una lección de vida. Y la ciudad llena de contrastes con las diferentes culturas que la habitan. Ya lo creo que tiene alma 😉