“Si algún día me pierdo, buscadme aquí”, le dije a una amiga cuando la llamé por teléfono. Frente a mí, la montaña verde a rebosar sobre el mar turquesa. Los chiringuitos a pie de playa, abiertos y perdidos entre tanto azul; sobre las rocas; con la tarima de salitre sobre la arena mientras la ola va y viene…
“Mamá, quiero vivir en Moquetero”, decía mi pequeña con su lengua de trapo cuando regresamos del viaje… Moquetero era Montenegro y claro, ¡yo entiendo que quisiera vivir allí…! En cuanto a la mayor ¡un poco más y le salen escamas! De la piscina al mar, del mar a la otra piscina, y de nuevo al mar… ¿Por qué les gustará tanto a los niños el agua?
Hacemos un pacto. Por la mañana disfrutamos del hotel y de sus instalaciones y por la tarde excursión y calleje0. Los helados no sólo están buenísimos sino por doquier, incluso en el desayuno bufet con lo que te vas a la playa más contenta que unas pascuas y olvidándote de la “operación bikini” a la que tanto esfuerzo le has dedicado los días previos al viaje… Las niñas se vuelven locas cogiendo piedras, las hay de todos los colores, verdes, azules, caramelo… Jugar con las olas, volver a la piscina gigante, tumbarse, saltar por el tobogán, carreras, barcas, risas…Y luego el tiburón de plástico, la barquita rosa, las gafas de bucear, las carreras… Se trata de Becici, en los años 30 galardonada con la Palma de Oro internacional a la playa más bonita de Europa
BUDVA, KOTOR Y SVETI STEFAN
Por la tarde a Budva. A dos kilómetros del hotel Iberostar por un paseo que bordea la montaña y durante el que nos detenemos, cómo no podía ser de otra manera, en el chiringuito más apetecible. Con la música de fondo, sin prisa porque todo está detenido; cervecitas para nosotros y helados para las niñas. Como volver a la playa de cuándo éramos niños aunque sea el Adriático y no el Mediterráneo el espejito de azulete de la infancia.
Continuamos y un globo multicolor surca el cielo mientras las aguas transparentes se pierden en las rocas, en el verde del pino, y las niñas cuentan los tesoros marinos que dejan al descubierto. Y nos detenemos en los viejos columpios para llegar sin peligro de coches a la ciudad, toda amurallada, blindada por las montañas que se asoman al mar.
Otro día vamos a Kotor, Patrimonio de la Humanidad, rodeada de una impresionante muralla mientras afuera, en la montaña, se esculpe un castillo; y seguimos enamorándonos, correteando, descubriendo rincones, jugando a descubrir la calle más estrecha que llegamos a tocar con ambas manos, a ser princesas y romeos y julietas desde esas balconadas, a descubrir el pozo, recorrer el recoveco, jugar al escondite en un tiempo de antaño… Y luego te asomas a Sveti Stefan, como sacada de un cuento conectada a tierra firme por un pequeño istmo… Y la ruta en barco para ver las bocas de Kotor, la magia salpicando el paisaje… Y por la tarde noche hay baile, juegos, complicidad en el mini club abierto a las estrellas…y las niñas se divierten con otras niñas y niños rusos también de vacaciones porque la música y la infancia hablan con el alfabeto despreocupado de la sonrisa. Eso sí, todo el viaje con un helado cerca, que para eso son vacaciones… ¡V-A-C-A-C-I-O-N-E-S!
Tal y como lo pintas me iba mañana mismo, que no digo yo que los niños no lo pasen bien, pero una escapadita sin ellos a esos lugares tan maravillosos que,con esa labia que Dios te ha dado, tan bien describes y explicas no estaría nada mal.Será cuestión de probar y si me convence ya volveremos con toda la tropa.Besitos
Pero por Diosss!! que paraiso. No sabes lo duro que es leer estas cosas, sentada frente a mi ordenador en la agencia y viendo como llueve sin parar por enésimo día en Madrid. ¡Que lleguen YA las próximas vacaciones!
Si tenéis la oportunidad, no os lo perdáis. Es, además, como viajar un poco en el tiempo en el que los chiringuitos eran chiringuitos y el mar a pie de caña. Una gozada. Saludos viajeros 😉